Diluyendo la mística ¿qué nos pasó?
Raúl Guevara
Tandil, 8/9/2021
No pudo la Unión Democrática, aquella formidable Alianza Electoral respaldada por la embajada de Estados Unidos. Braden o Perón fue la disyuntiva en 1946. El 45 % de los varones eligió a los representantes del embajador americano que se recuerda, todavía, más que el propio candidato.
No pudo el resentimiento de ese sector de la sociedad que vio, en el ascenso de los postergados de siempre, la encarnación de un enemigo profundo.
Los que venían desde el fondo de la historia a transformar el desprecio y la marginación en alegre participación lograron la redistribución de lo que el país producía mediante viviendas, instrucción pública, legislación laboral, industria nacional y todo lo que un país soberano, sin deuda externa, puede lograr sin tocar la riqueza acumulada durante 140 años por unas pocas familias.
No pudieron en las urnas, en Democracia y en Libertad, apropiarse de las instituciones de la República que estaban en manos de una mayoría en disputa y encendieron el Odio disparatado junto a la irracionalidad del “anti”. Carecieron de propuestas desde entonces.
No pudieron detener, en el marco democrático, la incorporación de las mujeres a la política, el protagonismo del Movimiento Obrero Organizado y la participación de una pequeña, pero creciente, Burguesía Nacional.
No podían manifestarse abiertamente contra las banderas de Independencia Económica, Soberanía Política y Justicia Social que se levantaban y se practicaban.
Entonces atacaron la participación activa del Estado en la definición de políticas públicas. Proponían como horizonte la libre competencia, la economía en manos del mercado, la salida individualista, el endeudamiento disfrazado de “inversión” y el achicamiento del Estado Benefactor para convertirlo en un Estado Administrador que garantice los intereses de las corporaciones privadas. Debe reconocerse su coherencia ideológica por décadas.
No pudo el intento de golpe de estado de 1951.
No pudo el bautismo de fuego de los aviones argentinos que bombardearon la Plaza de Mayo, asesinando a los trabajadores y escolares que pasaban por ahí en junio de 1955.
No pudo el Golpe de Estado en septiembre de 1955 que suspendió la Constitución Nacional y con ella el Estado de Derecho.
No pudo el Decreto 4161/56 que prohibía las ideas y símbolos, los nombres y las imágenes de Perón y Evita. No pudieron Aramburu, Frondizi, Illia, Las dictaduras del 66 y del 76, no pudo Vandor, aquel sindicalista del peronismo sin Perón.
La Resistencia de esos jóvenes que habían sido “los únicos privilegiados” mantuvo la utopía. Alfonsín favoreció, sin proponérselo, un recambio en las viejas estructuras del Movimiento Popular derrotándolo en elecciones libres por primera vez.
No quiso destruirlo frontalmente Menem. Él sí pudo arrastrar cada una de las banderas: metió al país en la Guerra de Irak, endeudó al país con el F.M.I., destruyó la industria nacional y empobreció al pueblo. Intentó vaciar, sin éxito, de contenido la marcha y los símbolos que fueron rescatados por un pueblo confundido, afectado en su moral por ese verdadero Caballo de Troya que fue el menemismo. La Resistencia debía hacerse, intuitivamente, contra una especie de “padre golpeador” que era ese extraño movimiento neoliberal presidido por el Partido Justicialista.
Se verificó entonces, que la mejor forma de destruir al peronismo era desde adentro. Nacido con la legitimidad que le daban las últimas elecciones internas del siglo. Fue el accionar más sistemático, el que dejó enquistadas en las burocracias estatales la ideología liberal remozada.
Permutaron la noble idea de la política como servicio, como búsqueda del bien común y consolidaron la política para servirse, como logro del bienestar individual. Dejaron el terreno listo para la desmemoria que permitió el acceso, por las urnas, de Menem hasta su muerte, y de una Unión Democrática remozada, con la embajada detrás, en 2019.
En 2003, Néstor Kirchner, fue derrotado en primera vuelta por un Menem que renunciaría a dar la batalla electoral en ballotage. Volvió a desempolvar las banderas echas girones, devolvió la confianza, invitó a militar las ideas y, en 2007, Cristina enamoró a las nuevas generaciones logrando su reelección en 2011. Durante una década sufrió todos los embates.
En 2015 su candidato ganó en primera vuelta y en ballotage cosechó una derrota ajustada que tomó por sorpresa a propios y extraños.
Otra vez en el llano las imágenes, la mística, la marcha. La Resistencia.
No pudieron 4 años del desgobierno de Macri, con las mismas ideas de la última dictadura, y con las mismas acciones de Menem y de la Rúa.
Por su lado, los legisladores concedieron, a fines de 2017, el 50 % de los cargos electivos a las mujeres. Sorprendente, en casi todas las fuerzas políticas, ocupan lugar de “segundas”. Eso garantiza que donde se obtenga un número impar de votos, entrará siempre un varón más. Mejora la representación, todavía faltarán ajustes para que mejore la representación.
Y llegó el cierre de campaña de 2019, con la candidatura de Alberto Fernandez en Mar del Plata. Desde el escenario plotteado se indicó a los militantes, que llegaban de lejanos rincones, que enrollaran sus pancartas confeccionadas a mano con propios recursos. Les pidieron que las apoyaran, plegadas, en las paredes de la Rambla. La organización ya había preparado una buena cantidad de banderas argentinas al lado del escenario.
El Movimiento Popular se estaba “civilizando”, se lo emblanquecía y domesticaba desde el palco. Las expresiones populares quedaban relegadas. Lo acatamos a disgusto, no era momento de disputas menores. El enemigo es temible y había dado pruebas, una vez más, durante cuatro larguísimos años.
Cada vez que se intentó cantar la Marcha Peronista durante el acto, se la silenció “desde arriba” con música a todo volumen Fito Páez (Salir al Sol) y La Renga (Hablando De La Libertad).
Fuera de la simbología ninguneada, se notó la incorporación de Néstor debajo de Perón y Evita en las boletas.
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