Inconsciente colectivo: Culturalmente dominados
Seguir estigmatizando y burlando a Alberto Fernández por
la frase sobre de dónde venimos los argentinos termina convirtiéndonos en
partícipes del discurso reaccionario y repitiendo la mentalidad de la cultura porteña
con su desprecio al resto del país e Indoamérica.
Sería mejor que este dislate sirva para discutir
nuevamente la conformación de nuestro país o al menos repasar y repensar la
historia.
Desde que fuimos escolarizados se nos
inculcaron valores desde la escuela que hasta el día de hoy ayudan a perpetuar
el poder de la oligarquía. No es casual que durante el conflicto por las
retenciones móviles, con la leyenda “todos somos el campo” veíamos a amplios
sectores urbanos en los cacerolazos, aunque estas personas quizá a las vacas
las conocen por los envases de leche y al trigo por alguna estampa de San
Cayetano. O acaso no nos enseñaron que éramos el granero del mundo? No siguen
hoy algunos docentes sosteniendo esto en las aulas? Es gracioso ver en las Universidades
Argentinas a algunos profesores “progres” que les hablan a sus alumnos de
imperialismo, marginalidad, pobreza, efecto del sistema capitalista, y sin
ruborizarse sostienen que no puede haber pobres en nuestro país, si producimos
alimentos para 300 millones de personas. Pero jamás se los escuchará decirles a
los alumnos que las vacas antes de nacer, el trigo antes de ser semilla no son
nuestros, sino de los grandes oligopolios multinacionales.
Y así como a fines del siglo XIX y
principios del XX la educación sirvió como pilar de la penetración cultural de
la oligarquía, en nuestros días esta penetración se ve fortalecida mediante los
medios masivos de comunicación. De allí la importancia de una nueva ley de
medios.
Si analizamos la conformación del
Estado Argentino, en 1870 la parte en blanco era el país real.
Para ser más precisos presento el
dibujo del país real, ese que no nos enseñaron en la escuela, porque desde
siempre nos dijeron que éramos un país con 22 provincias. De esta manera se
ocultaba el verdadero proyecto político encarnado por la generación del 80
Para insertar a Argentina en la división Internacional
del Trabajo, era preciso ocupar aquellos territorios en manos de los pueblos
originarios, que ocupaban las mejores tierras de la pampa húmeda.
Y
así se organizó el mayor genocidio en la historia de Argentina: La conquista
del desierto y la conquista del gran Chaco. Esta invasión del llamado desierto
(en realidad las tierras más fértiles de la pampa húmeda), realizada entre 1879
y 1880 contribuyó a la consolidación de la oligarquía terrateniente, mediante
la apropiación de 8 millones de hectáreas entre 391 personas, muchas de las
cuales ya eran propietarias y de apellidos tradicionales y conocidos en nuestra
historia.
Despejado el territorio de sus habitantes nativos y ya
sofocados los focos rebeldes en el
interior, se dicta la ley de territorios nacionales (Ley Nº 1532). Allí se
“divide” el país en provincias. Totalmente arbitrario este proceso. Los
territorios provinciales se dibujaron en Buenos Aires y ni siquiera se
respetaron los accidentes geográficos. Nacen territorios desvinculados de su
historia, de su idiosincrasia. Se dibujan las provincias con criterios
escolares. Se fragmenta el país. Del mismo modo que habían ya logrado
fragmentar la gran Nación Americana y de esta manera truncar los ideales
sanmartinianos y bolivarianos.
Por ello, el
estado Argentino es anterior a
El Estado Argentino se forma a partir de la visión
ideológica de las clases dominantes. La generación del 80, que no es otra cosa
que la continuidad de la del 37´ y la del 50´, odiaba lo americano y los
resabios de lo español. Estas clases siempre fueron elitistas. La civilización
triunfó, pero su nacionalismo siempre tuvo como misión la delimitación de
espacios y territorios. Nunca pensaron en una construcción interna integrando a
las diferentes etnias y corrientes culturales. Ellos despreciaban a todo lo que
no era europeo. Podrán decir que nuestra constitución consagra la igualdad ante
la ley, pero jamás estos pueblos fueron tenidos en cuenta ni cultural, ni
política o económicamente.
Esta dirigencia segregaba todo lo auténticamente americano.
Por eso el nacionalismo que nos inculcaron es segregacionista, divide. Y así
como la disyuntiva era civilización o barbarie, luego fue cabecitas negras contra
gente bien y ahora paraguayos o bolivianos como elementos sociales no deseables
para esta oligarquía racista. Porque
además esta es la historia de Latinoamérica. Debíamos ser una gran nación. Ese
es nuestro destino. Es la gran confederación que debemos construir. Pero falsos
nacionalismos nos dividieron, convirtiéndonos en republiquetas periféricas del
sistema económico mundial.
Rodolfo Kusch lo señala certeramente en su visión de
Y
efectivamente es así. En estas líneas quiero reflexionar acerca de una cuestión
muy arraigada entre nosotros, que la repetimos sin reparar en las cuestiones
semánticas y los significados de la frase. Cuando hablamos decimos “nosotros
los del interior” o “en el interior tal cosa” o “soy del interior”. El concepto
de interior es relativo: se es interior con respecto a algo, que por supuesto
sería el exterior. Si nosotros somos del interior ¿los porteños, son del
exterior? En este sentido mi respuesta es contundente: Sí efectivamente ellos
pertenecen al exterior. Mentalmente son del exterior. Siempre miraron para
afuera. Al mar, no a la cordillera. Siempre a Europa. Siempre nos despreciaron.
Para ellos nosotros somos “okupas”.
Esto
merece una reflexión: si nos pretendemos herederos del proyecto nacional y
popular, debemos desterrar de nuestro vocabulario el mote de interior para
referirnos a aquellos que venimos de las provincias o aquellos que no viven en
la capital de alguna provincia. Cada vez que nos referimos al “interior”
contribuimos sin darnos cuenta a fortalecer el discurso hegemónico, que
precisamente se transforma en hegemónico en la medida que logra naturalizar
algunas cuestiones, dotándolas de carácter inmutable, de una verdad
incuestionable, que no nos permiten un juicio crítico que las cuestione y por
ende una posterior acción de corrección de esa realidad.
Recuerdo
un día que caminábamos con un amigo por Capital Federal y nos paramos en la
plaza San Martín. Al ver los edificios me decía mi amigo “Fijate la generación del
80, pudo hacer un gran país y apenas hizo grandes edificios”… Y si, así se
construyó nuestro país.
Por
eso cuando hablamos de federalismo y si pretendemos torcer la historia, debemos
propender a un FEDERALISMO que logre o sirva para la expansión y desarrollo
cultural, entendiendo que los procesos económicos son parte de la cultura.
Están comprendidos en la cultura. En tanto no logremos que esta cultura,
nuestra cultura se logre expresar, jamás lograremos un federalismo integrador.
En el mejor de los casos tendremos más o menos descentralización burocrática.
Creo que esta afirmación es clave si queremos y
pretendemos construir un proyecto nacional y popular. Mal podemos hablar de
federalismo, coparticipación, etc si no internalizamos claramente la idea del
federalismo como expresión de la cultura, entendiendo la etnia y los pueblos
originarios de forma transversal a todos los campos del saber, reformar
materiales de estudio, sistema de leyes y todo lo que atañe para concluir en el
vencimiento de la batalla cultural que desde los inicios de esta Patria,
quienes creemos en un país más igualitario, luchamos y apostamos en un país donde
el “amor e igualdad” pase de una consigna a un hecho.
Muy claro...
ResponderEliminarTerritorio bajo dominio indígena significa TERRITORIO INDEPENDIENTE
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